Camino al Centenario del enorme proyecto periodístico gestado en febrero de 1921, resulta interesante efectuar la pregunta con la que se titula esta breve reflexión. ¿Cuáles son los actores que han sido interpelados por los distintos protagonistas del periódico “La Voz del Pueblo”, hoy transformada en “La Voz de Casilda”? ¿Quiénes han sido los hombres y mujeres que hallaron en sus páginas una viva oportunidad de expresión?
En primer lugar, tenemos que hablar de los vecinos sin voz. Los muchos anónimos que asentían con la cabeza mientras leían al ver cada editorial dedicada a plantear un memorial de lo que había conseguido la ciudad y de las muchas obras y servicios que faltaban completar. La voz de los ciudadanos reunidos en vecinales, agrupaciones, asociaciones y de los tantos que desde su casa, o en los negocios del barrio, planteaban desde su opinión una visión cotidiana de la Casilda posible y de la anhelada.
Siempre hubo lugar en las páginas principales del semanario para incluir los temas que corrían el riesgo de olvidarse, perderse en el tiempo. Siempre siguiendo el pulso de las necesidades. Siempre dando lugar a los requerimientos vecinales, a las preocupaciones populares. Hasta podría manifestarse que muchas de las grandes y pequeñas obras que levantaron el ritmo de la ciudad se conocían primero en las editoriales de los Cortés y luego en su ejecución concreta en las calles de Casilda.
En segundo lugar, las instituciones.
Aparecía en cada nuevo suelto la magia de la Casilda festiva. Para las asociaciones intermedias, los clubes, las agrupaciones de carácter partidario, religioso, educativo, era uno de los espacios por excelencia para la difusión de la variada gama de actividades sociales, culturales y deportivas que cada semana cubrían el ancho territorio de una ciudad en expansión. Si el deseo era ir al cine, las carteleras bullían sus propuestas desde cada comentario de película o descripción de talentosos repartos. Si las ganas estaban puestas en la salida nocturna, no había baile, velada, vermouth danzante o espectáculo musical que se escapara del informativo semanal. Hasta los más íntimos acontecimientos eran esperados con ansias en la sección de “Sociales”: ¿quiénes cumplían años, quiénes se comprometían o casaban, quiénes pasaban los feos momentos de la enfermedad o la pérdida de un ser querido, quiénes emprendían osados viajes de recreo o importantes travesías de negocios? Todo se sabía con abrir las páginas 4, 5 o 6, ya sea de Casilda o de todos los pueblos de la redonda.
Luego, la pibada de los potreros en cada baldío, contenta de salir en las páginas del diario de la ciudad.
Esos pequeños clubes o equipos de barrio eran, para muchos de esos jóvenes, de las pocas oportunidades para tomar el periódico, buscar la página correcta, inflar el pecho y decir con grandilocuencia: “nuestro triunfo salió en ‘La Voz’. Acá están nuestros nombres. Que el mundo entero sepa la biaba que les dimos a los de la otra cuadra”. Nunca existió distinción social ni límites barriales que impidieran la inclusión de las más variopintas novedades de lo que ocurría en el poblado. En cualquier confín del ejido urbano, había una historia para contar.
Seguidamente, la ciudadanía activa de Casilda. Ante la coyuntura de cada acto electoral, el Departamento entero conocía a sus candidatos por las reseñas, entrevistas, precisiones brindadas en los números correspondientes. Aun tomando en los comienzos una clara postura política e ideológica, el respeto por todos los espacios partidarios, por todos los exponentes del liderazgo político, ha sido una constante, sin dejar por eso de realizar los cuestionamientos pertinentes o las preguntas cuya respuesta la gente esperaba con ansiedad. Tanto los dirigentes como los vecinos de a pie podían contar con las líneas que dieran a conocer una plataforma, una opinión, una crítica, una denuncia.
Finalmente, las grandes firmas comerciales e industriales, los más modestos talleres artesanales, los comercios de periferia, numerosos cuentapropistas, los profesionales que crecían a paso acelerado, contaban con sus páginas para ofrecer sus servicios a la comunidad de la región. De igual forma, los colonos aprendían técnicas nuevas o se enteraban del accionar de las dependencias nacionales o provinciales siguiendo el curso de las publicaciones oficiales o de expertos investigadores o docentes de la Escuela Nacional de Agricultura.
Ahora bien, invirtamos los términos de la pregunta. Hoy, a casi un siglo, ¿de quién es “La Voz”? ¿Pertenece solamente a sus editores y administradores? La respuesta, revisando número a número, página a página, salta a la vista: el antiguo proyecto de Della Cella, Zapata Giménez y los hermanos Cortés es patrimonio cultural e histórico de la ciudad de Casilda. Sus archivos son nuestro relato. Son nuestra Casilda, llena de luces y sombras, de oportunidades y limitaciones, surcada por conflictos que aún empeñan nuestras energías y nuestras ideas. Son nuestra voz, multiplicada de generación en generación. Corresponde a los protagonistas de la ciudad actual colaborar con su sostenimiento, su apoyo, su preocupación y sus nuevas ideas. Por una simple pero contundente razón: La Voz, como lo descubrieron sus iniciadores en 1921, es del Pueblo.
¿La Voz… de Quién? por Federico Antoniasi.
