Edición N° 302 - 5
Edición N° 302 - 5

En este momento tan especial…

En este momento tan especial…

En este momento tan especial…

por Federico Antoniasi

La brisa de diciembre va acercando fragancias de encuentro, de preparativos, de fiesta. Inicia en las jornadas del 24 y 25 de Diciembre, momento  de regocijo por el nacimiento del Salvador. Lejos todavía los tiempos de aparición del famoso Santa Claus, nuestro Papá Noel. El Niño en el Pesebre dominaba la escena navideña, por él se reunían las familias en torno a la mesa, de él se hablaba en las Misas y en las hojas de la prensa. Sí aparecen desde temprano, incólumes, los Tres Magos del Oriente que con sus alforjas repletas inflaman los sueños de los niños. Cobijados en sus pequeños zapatos, aguardan el viaje celestial de los que siguen la Estrella de Belén para honrar al Niño Rey. Con su paso se cumple el ciclo anual de las Festividades tan esperadas, desde la Nochebuena, víspera del alumbramiento del Señor, hasta la mágica Noche de Reyes.

Comienzan a prepararse las fiestas, las familiares y las institucionales. El baile de Año Nuevo del Club Social fue una constante a lo largo de su rica historia, que acompaña la de la Villa y la naciente ciudad. Muchos clubes, aquí y en los pueblos de alrededores, cumplían su programa el mismo día o el Día de Reyes. En ocasiones, la celebración era continuada, como las que se efectuaban con el desarrollo de los bailes populares y kermesses que se hacían coincidir con las Fiestas del nuevo año y se combinaban para que durante gran parte de diciembre, enero y febrero, el jolgorio fuera prácticamente continuado, casi hasta Carnaval. Por su parte, los clubes, los hogares y las calles cortadas rebosaban de gente que se reunía para dar rienda suelta a la alegría familiar y entre amigos. Se trataba de cerrar el año y comenzar el nuevo siempre en grata compañía.

Además de la fiesta, era este un tiempo para la filantropía. Numerosas son las oportunidades en que documentamos la presencia de repartos de raciones de comida, juguetes, ropa, calzado e inclusive golosinas y hasta cigarrillos a los sectores más carenciados de la ciudad. La Sociedad de Damas de Beneficencia del Hospital “San Carlos” organizaba el Árbol de Navidad, en el que las familias cercanas a la entidad realizaban donativos que luego eran repartidos a los enfermos que se hallaban en el nosocomio o a sus familias. Lo mismo hacían las jóvenes de la Asociación Hijas de María, vinculadas al Colegio de Nuestra Señora de la Misericordia. Con el advenimiento del primer peronismo, fue el Estado Nacional el encargado de efectuar grandes entregas de bienes asociados a las Fiestas, como pan dulce, sidra, turrones, pelotas de fútbol, muñecas y otros obsequios que llegaban a través de las autoridades municipales, la empresa de Correos o la delegación regional de la C.G.T.

Para los bazares, jugueterías y demás casas de artículos para regalo, el mes de diciembre y los inicios de enero resultaban tiempos fundamentales para multiplicar sus ventas. Por ello también la necesidad de multiplicar las estrategias publicitarias y agudizar el ingenio para llegar a aquellos que optaban por celebrar con obsequios para sus seres queridos. Para muchos otros, los que muchas veces no alcanzaban a comprar los regalos materiales, el milagro era la reunión amplia de abuelos, padres, tíos, hermanos, muchos de ellos llegados de lugares distantes y dispuestos a pasar la corta temporada en la casa de los anfitriones. Aquí, las delicias pasaban a ser las aventuras entre primos en las siestas, la posibilidad de degustar una gaseosa o simplemente la de sentarse a escuchar las historias de los mayores de la familia, que soltaban sus lenguas después de algunas copas de celebración.

Las páginas de la prensa se llenaban a su vez de la promoción de las exquisiteces de época, para completar los platos salados o dulces que suelen aún acompañar este cierre de año. Aquí competían sanamente los tradicionales almacenes, con los tostaderos de café, las confiterías y bombonerías, las incipientes rotiserías y las fábricas de sodas, vinos y licores finos, para ofrecer lo más destacado o lo más novedoso. Mientras, Casa Yulita proponía la felicidad en los enteros o décimos de la Lotería de Navidad, Año Nuevo o Reyes. No pocas veces los periódicos marcaban como dato importante, el inusitado movimiento que se observaba en las arterias principales, núcleo del comercio más activo de la ciudad, en coincidencia con las celebraciones tradicionales.

En la historia del periodismo en general y de “La Voz del Pueblo” en particular, este tiempo es el del balance. Año tras año, las editoriales del primer número de enero daban cuenta de los grandes sucesos internacionales, nacionales y locales, buscando el equilibrio entre las preocupaciones y las expectativas. Con el correr de las décadas y especialmente a partir de los años 1960 y 1970, “La Voz” brindaba una interesante reflexión sobre las obras hechas y por hacer, continuada luego durante largo tiempo por una sección de resumen del año, con el recuento de las actividades más destacadas en todos los ámbitos. Hoy, esos pantallazos son fundamentales bases para la reconstrucción de nuestra historia.

Aún cambiando muchas veces su sentido y sus prácticas –en esta ciudad que vio con emoción el despliegue de la pirotecnia y hoy la discute y la prohíbe; se deslumbró con las espectaculares decoraciones en las vidrieras de los negocios y hoy comenta la apatía o critica las luces del Arbolito; se sentó en torno a la mesa familiar y hoy refunfuña las salidas juveniles de trasnoche-; las Tradicionales Fiestas siguen siendo un momento para el recuerdo, la ensoñación y, por qué no, para volver a tirar las cartas en que se decide el futuro de la ciudad.

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