“Señor, Tú lo sabes todo;
Sabes que te quiero” (Jn. 21,17)
Finalizada su misión redentora, y luego de su Resurrección, Jesús llama a Simón Pedro, a quien ya había elegido como su Representante en la tierra, y le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? El le respondió: Si, Señor, Tú sabes que te quiero”. Cuando Jesús repite por tercera vez esta pregunta, Pedro se entristeció, y le dijo : Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas” (Jn. 3115.17)
Esta narración y todo el Evangelio, nos muestran a un Dios cercano y lleno de amor. “..El, que había amado a los suyos, ..los amó hasta el fin” (Jn. 13,1). No sólo ama, sino que “exige” ser amado sobre todas las cosas, como dice el Primer Mandamiento, y quiere ser amado humanamente “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt. 10,37). O sea que requiere ser plenamente correspondido en su amor, y esto no admite ambigüedades.
Muchos de nosotros concebimos a un Dios de los altares, de las alturas, pero en verdad que es un Dios tan cercano que se hizo hombre igual a nosotros, menos en el pecado, para que lo podamos ver, tocar, seguirlo. Y también crucificarlo. Debe ser un amor tan humano que inflame nuestro corazón y provoque sentimientos muy profundos .La paternidad de Dios no es lejana, El papa Francisco insistía en ese Padre tierno, verdadero “papi”, cuyo significado se contiene en ese “ABBA”, tan cercano y cariñoso. Por lo tanto debemos revertir nuestro diálogo con Dios, apelando a lo más profundo de nuestros sentimientos. Sentirnos muy amados y protegidos, y amando como Él nos amó. Y por si fuera poco, Jesús nos dejó a su Madre, que en todas sus manifestaciones nos habla de su amor, cariño y protección, como lo hizo con el indiecito Juan Diego, a quien le dijo “No estoy yo aquí que soy tu madre?”, y que nos lo repite a cada uno de nosotros en nuestras soledades y dificultades.
El misterio Eucarístico, en el que Jesús se hace pan para ingresar a nuestro interior y hacerse uno con cada uno de nosotros, revela hasta que punto nos ama. Nos alimenta, contiene y abraza hasta el día en que podamos vernos y amarnos cara a cara.
Recordemos también que Francisco decía que el nombre de Dios es “Misericordia”. El se conmueve ante nuestra debilidad, nos perdona y nos atrae para abrazarnos con sus gracias. Dios nos hizo para Él, para la felicidad, y nosotros, con nuestro pecado arruinamos su plan. Por eso envió a su Hijo amado, para rehacer nuestra humanidad. Su Ley es el Amor. Y nosotros debemos cantar al “Amor de los amores.”
Ante el Sagrario, en el silencio, debemos recapacitar, para redescubrir este misterio de amor, y nuestra vida y nuestras relaciones cambiarán, pues, no se puede amar a Dios a quien no vemos, si no amamos a nuestro hermano, a quien vemos (1 Jn 4,20)
“Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él”. (1 Jn. 4,16)
Ricardo José Arnoldi